24 diciembre, 2010

La Navidad Comiteca

(Flor de María Esponda Argüello)

La Navidad que gozamos los niños del siglo pasado era una fiesta eminentemente familiar y cristiana, el proceso de transculturación no se había dado y permanecíamos fieles a nuestras tradiciones.

En todas las casas se olía a ciprés cortado en el cerro mas cercano, los nacimientos lucían el pashte, lamita, pequeños magueyes. Unas bolitas amarillas traídas del campo y que, ensartadas en hilos, formaban collares, eran parte también del adorno navideño.

Cada nacimiento salía de las manos de toda la familia, en su elaboración participaban todos, los abuelos, los padres, los hijos. La familia extensa integrada alrededor de la celebración.

Los artesanos comitecos Linita de Alfonzo, Damiana Morales de Alcázar, Domitila Gordillo vendían los muñecos que lucirían entre los montones de lamita y planadas de arena.

Muñecos de trapo de escasos centímetros, casitas con techo de paja, borregos de algodón enmarcados entre el material eminentemente ecológico componían el paisaje provinciano del nacimiento y le daban una identidad muy nuestra.

Los poblados adornados con minúsculas piedras de arena, ríos de papel celofán cruzados por puentes de madera, plazas de arena, y algunos juguetes de cerámica traídos de Jalisco complementaban la visión de nuestro paisaje. En estos nacimientos no faltaba el lago cruzado por patitos tan blancos como algodón.

Los muñecos de trapo con una carga de animales o productos regionales personificaban simbólicamente a los pastores, que se suponía ofrecerían su carga al Dios recién nacido.

Las figuras centrales Jesús Niño, María, José, el ángel, la mula y el buey también eran de una cerámica de barro cocido, los vestidos que portaban traían los colores míticos: María vestida de blanco y azul, José de amarillo y verde, invariablemente se ubicaban en un portal de madera o cartón o bien en una cueva hecha de papel manila en la parte superior. Remataba atrás y en alto una estrella de cartón tachonada de diamantina.

Frente a este nacimiento se rezaba el Santo Rosario durante nueve días previos al 24 de diciembre y en la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán celebrábamos las posadas. El párroco organizaba las posadas, durante las cuales un grupo de personas de todas las edades partían del templo mencionado portando en la mano faroles de niños representando a San José y a la Virgen María; la niña que hacía el papel de María montaba un burro y se encaminaban a la iglesia del barrio que le tocaba recibir la posada. Los villancicos se dejaban oír a lo largo de las calles empinadas de nuestro Comitán.

Los vecinos se asomaban y se unían a la algarabía. En más de una ocasión el burro se cansó y sin el menor problema se echó a mitad de la calle y no quiso caminar, María terminaba la posada a pie.

El día 24 de diciembre la nacida del niño Jesús. Este niño salía de una casa cercana y atravesábamos la calle hasta llegar al nacimiento. De nuevo rezos, cantos y por doquiera se escuchaba el ora pronobis. Se nombraban “padrinos” que durante el trayecto abrazaban a la criatura de cerámica con todo el cuidado y serían quienes lo colocarían en el pesebre y pagarían la “sentada”. A continuación se repartían dulces, frutas, hojuelas escarchadas con azúcar o adornadas con miel aunque tampoco faltaban los tamalitos, una copa de mistela o de rompope y un buen vaso de ponche de piña.

Esta fiesta no terminaba y para el día 6 de enero de nuevo se rehabilitaba el nacimiento, desaparecían las ramas secas del ciprés, nueva lamita, y nuevos olores. Se cambiaba el pesebre por una sillita que llamaban risco y que adornaban con esferas y flores de papel de colores brillantes, era la “sentada del niño”. Los padrinos pagaban a la rezandera, otros cantos, nueva algarabía. Para entonces el niño Jesús vestía con algún trajecito elaborado por tejedoras de crochet.

Se mantenía el nacimiento y el niño se perdía, alguien lo roba y hace de nuevo su aparición el 2 de febrero con otro ritual igual a los descritos.

No hace muchos años que la navidad, en Comitán, terminaba en plena cuaresma, los niños se tardaban en aparecer y cuando la iglesia celebraba la muerte de Cristo, nosotros traíamos luces de bengala acompañando al niño recién aparecido.

Poco a poco la fiesta perdió su significado, el proceso de transculturación que nos trajo la globalización nos ha dejado otro significado: “comprar” y un viejo cachetón que ríe a carcajadas es el nuevo símbolo de la navidad. Se cambió el nacimiento por un árbol de navidad que, cuajado de luces centellantes, engalana a muchos hogares.
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ESPONDA ARGÜELLO, Flor de María. La Navidad Comiteca. Entre Tejas. Semanario de Comitán. 2005, No.12, p. 7-8.

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