David Díaz Gómez. México desconocido No. 219 / mayo 1995
Vienen de los rincones más apartados de la selva, de los valles de Altamirano y de las Margaritas, de Comitán y de La Independencia. Traen consigo las banderas de colores, los tamborcillos cilíndricos y las cajas de madera con las imágenes del Padre Eterno; hombres, mujeres y niños visten sus mejores galas y llevan en sus manos las flores salvajes de los bosques.
Algunos han caminado dos, tres días casi sin comer y sin dormir, todo por la frágil salud de las cosechas y la estabilidad sagrada de las lluvias.
El final del viaje es el templo de la Trinidad y para allá avanza, en orden, lenta y kilométrica la peregrinación de los indígenas tojolabales, uno de los grupos étnicos más numerosos de Chiapas, pero también uno de los menos conocidos y estudiados del sureste mexicano.
Dicen los conocedores que la historia de esta etnia se puede resumir en la memoria del olvido. En su libro Los legítimos hombres, el antropólogo Mario Humberto Ruz señala que hasta 1982 existían únicamente 19 trabajos publicados y siete investigaciones inéditas sobre algún aspecto de la cultura tojolabal, y de éstos sólo ocho habían sido realizados en el presente siglo. En fin, poco es lo que se sabe de la historia de este grupo mayense marginado hasta por los mismos científicos sociales.
Una tradición oral rescatada por el investigador Arturo Lomelí González nos dice que los tojolabales eran originarios de la región de los Cuchumatanes, Guatemala, en donde convivían con los indígenas del pueblo chuje de San Mateo Ixtatán. Cuenta la leyenda que estos dos grupos hermanos se enfrentaron en una guerra a muerte por el dominio de unas salinas ubicadas en la región, episodio que finalizó con la derrota de los tojolabales que fueron expulsados con sus familias hacia los valles de Balún Canán, en donde actualmente se ubican los municipios de Comitán y Las Margaritas. Según la Agenda Estadística de Chiapas(1993), en la actualidad los tojolabales son 25 031 personas distribuidas, en un área de 5 000 km2 de seis municipios chiapanecos, en especial Las Margaritas.
Los antropólogos que se han acercado a este pueblo aseguran que la dispersión de los tojolabales en una zona geográfica considerable se originó porque durante siglos los frailes primero, y posteriormente los hacendados, distribuían a las familias entre las ricas fincas agropecuarias surgidas en esa fértil región para que trabajaran en las labores de peonaje. No hace mucho todavía era famoso el sistema de trabajo conocido como “baldío”, que de acuerdo con Lomelí González obligaba a los tojolabales a trabajar gratis, “de balde”, una de cada dos semanas laborales para “pagarle” al patrón la renta del predio que habitaban, pues sus comunidades eran consideradas como propiedad del terrateniente.
Establecidos en pequeñas colonias ubicadas en los fondos de los valles y la selva, los tojolabales son una etnia prácticamente inaccesible para los viajeros comunes. La mejor oportunidad para acercarse a ellos es durante las romerías que por motivos religiosos realizan durante el año, como la dedicada al Padre Eterno por la petición de lluvias que a nosotros nos tocó presenciar en el mes de mayo de 1994. Lostojol winikotik, los hombres legítimos como se autonombran, son muy afectos a realizar prolongadas peregrinaciones. En 1982, el antropólogo Mario Humberto Ruz describió la existencia de cuatro grandes romerías, entre las que sobresalía la que se realizaba a San Mateo Ixlatán, Guatemala, de donde supuestamente provienen los tojolabales. Otras romerías trascendentes eran las que se dirigían a Santo Tomás Oxchuc en abril y a San Bartolomé de los Llanos, hoy Venustiano Carranza, en el mismo mes. También es famosa la peregrinación en honor a Santa Margarita, patrona de la cabecera municipal de Las Margaritas, que todavía se lleva a cabo en el mes de julio.
Por motivos ajenos a los propios tojolabales, las romerías de este pueblo han entrado en decadencia y algunas han desaparecido casi en su totalidad: el endurecimiento de las autoridades migratorias guatemaltecas y la tensión sociopolítica que se vive desde hace ya muchos años en Carranza, Chiapas, han frenado las concentraciones tojolabales hacia esos puntos de su geografía religiosa. Sin embargo, hay una peregrinación tojolabal que ha crecido en importancia y número de participantes: es la dedicada a la Santísima Trinidad o Padre Eterno, que en su libro Algunas costumbres y tradiciones del mundo tojolabal, Arturo Lomelí considera como la más grande de todas y “a la cual asisten el mayor número de promeseros”.
Los festejos de la romería del Padre Eterno inician en abril, cuando los principales de las colonias sacan a la imagen de la Santísima Trinidad por los caseríos con el fin de recolectar limosnas y apoyos materiales para realizar la peregrinación al santuario de la Trinitaria. Los jerarcas nombran a los “caporales” que estarán a cargo de la dirección y seguridad de los caminantes y a los hombres que portarán los cofres con las imágenes y las banderas. Las colonias grandes mandan un caporal por cada 50 personas y ocho banderas; los asentamientos pequeños son representados sólo por dos lábaros.
Todos los grupos tienen rutas de viaje preestablecidas con puntos determinados en donde descansan, rezan y se unen con los otros contingentes. Hay peregrinos que provienen del sur de la selva lacandona y caminan hasta tres días; hay otros que sólo hacen unas horas de camino. Todos se congregan en el templo de San Caralampio, Comitán, en donde se preparan para la última jornada de 17 km que los llevará a las puertas de la iglesia del Padre Eterno, en el poblado de la Trinitaria.
La mañana del día 20 encontramos a los romeros tojolabales en la plaza del barrio de la Pila, en Comitán. Algunos han dormido a la intemperie, otros en espacios rentados en las casas de los barrios aledaños. Poco a poco se empiezan a reunir los integrantes de los respectivos contingentes y cada caporal se encarga de organizarlos para reiniciar la marcha. Entre los caminantes son pocos los hombres que conservan la camisa y el calzón corto de manta con los bordados tradicionales en el cuello y en las mangas. En cambio las mujeres, sin excepción, portan orgullosas sus atuendos típicos y lucen como arcoíris entre los grises atuendos mestizos de sus esposos. Las tojolabales son damas de porte elegante, gustan del turbante, del sombrero vaquero, de las botas y de las zapatillas de colores. El naranja, el celeste, el azul o el verde metálico predominan en sus blusas y faldas; traen pulseras, collares y aretes llamativos y algunos aseguran que los bordados de sus prendas identifican el lugar de origen de las poseedoras y también si son solteras o casadas.
Después de desayunar, los dirigentes de la peregrinación sacan las banderas y las cajas con las imágenes del Padre Eterno del interior del templo de San Caralampio, y con ellas inician el avance a la Trinitaria. Primero van los tambores 30 ó 40, pequeños y cilíndricos; después los cargadores con los cofres de las imágenes, y atrás caminan los abanderados y los peregrinos que llevan en sus manos flores comerciales y exóticas como la llamadajujilnichim, espolón de gallo y orquídeas. El contingente, de 500 a 1 000 tojolabales, desfila por la carretera federal 190; en las afueras de Comitán se le unen docenas de mestizos comitecos y margaritenses, humildes la mayoría y también devotos del Padre Eterno.
Durante el trayecto, don Isidro Aguilar, caporal de tojolabales del municipio de Comitán, nos aseguró que marchaban en la peregrinación indígenas procedentes de 35 lugares, y nos comentó que muchos otros pueblos de esta etnia no habían podido participar en la romería por la aguda situación político-social que se vive en ese momento en el estado de Chiapas. “Con toda seguridad, nos comentó don Isidro, en esta procesión caminan guerreros mayas que han enterrado por unos días las armas y los pasamontañas para darle paso a su fe original, campesina, y estar presentes en ese evento ancestral de la petición del agua”.
Son las dos y media de la tarde cuando el grueso contingente llega a las afueras de la Trinitaria. Ahí los esperan otros grupos que han arribado de por el rumbo de los lagos de Montebello. En la entrada poniente del poblado hay unas cruces frente a un árbol de tempisque, en donde por última vez descansan y rezan brevemente los caminantes.
El poblado de la Trinitaria, meta final de la romería, era conocido antiguamente como Zapaluta, y fue un punto importante para los viajeros porque ahí convergían los caminos principales de la zona: el de la selva, el de los altos, el de la sierra y Guatemala y el del valle del Grijalva. Desde tiempo inmemorial, los grupos indígenas de la región, los coxoh, los mam, los jacaltecos, los zapalutecos y, desde luego, los tojolabales han llegado períodicamente a este poblado a venerar a la Santísima Trinidad. Un dato sobresaliente de este evento es que los rezadores que dirigen las plegarias de las romerías no son jerarcas tojolabales sino un grupo de ancianos zapalutecos (tzentales) quienes, entre otros cargos, preparan los pormenores de la entrada al templo y rezan las oraciones especiales para la petición de lluvia.
Con la presencia del párroco del templo y de cientos de zapalutecos, los peregrinos abordan el tramo final de la caminata. En un llano utilizado como cancha de futbol se efectúa el saludo de las banderas. En una doble fila se forman los abanderados y una a una las van entrecruzando con las otras, y las besan con respeto y devoción. El cura bendice el acto simbólicamente y al mismo tiempo tocan el medio centenar de tambores presente en la fiesta, mientras un grupo de hombres disfrazados de seres del averno bailan, brincan y cometen travesuras entre los grupos de mestizos.
En ese momento las gordas y negras nubes que giraban sobre nuestras cabezas desde un par de horas antes, abren sus compuertas y la lluvia se precipita. Es una buena señal opinan los devotos; los simples mirones corren como locos buscando un lugar para guarecerse. Bajo el aguacero la marcha continúa y avanza por las estrechas calles del pueblo que parecen reventar por el empuje de un río de cientos de personas. La entrada al templo es un poco caótica pues la puerta es pequeña para contener a la avalancha de personas, pero afortunadamente no hay heridos o aplastados. Una vez adentro, los viajeros escuchan misa después de colocar las banderas a los lados del altar. Al final de los oficios religiosos cristianos se retiran los mestizos y únicamente permanecen los indígenas que, en pequeños grupos y dirigidos por los rezadores zapalutecos, entonan sus oraciones de petición de lluvia. Terminando las oraciones pasan de uno en uno a besar el altar en donde está colocado el Padre Eterno, prenden velas y se retiran dando espacio a otros romeros; así hasta bien entrada la noche.
De esta manera finaliza la peregrinación que los tojolabales realizan en mayo al templo del Padre Eterno en la Trinitaria, un evento que los reúne de manera masiva para efectuar la ancestral solicitud de lluvia a las alturas y la consumación de las cosechas. Al día siguiente, ya en desorden, cada grupo regresa como puede a sus comunidades. Han cumplido con la tradición y sólo les resta esperar la bondad de las fuerzas que gobiernan los mundos estelares.
Fuente:
http://www.mexicodesconocido.com.mx/interior/index.php?p=nota&idNota=6368